Los científicos intentan explicar el origen del Universo con diversas teorías. Las más difundidas son la del Big Bang y la teoría Inflacionaria, que se complementan.
La teoría del Big Bang o gran explosión, supone que, hace entre 12.000 y 15.000 millones de años, toda la materia del Universo estaba concentrada en una zona extraordinariamente pequeña del espacio, y explotó. La materia salió impulsada con gran energía en todas direcciones. Los choques y un cierto desorden hicieron que la materia se agrupara y se concentrase más en algunos lugares del espacio, y se formaron las primeras estrellas y las primeras galaxias.
La teoría inflacionaria de Alan Guth, basa su estudios sobre campos gravitatorios fortísimos, como los que hay cerca de un agujero negro. El Agujero Negro es un cuerpo con un campo gravitatorio extraordinariamente grande. No puede escapar ninguna radiación electromagnética ni luminosa, por eso es negro. Está rodeado de una "frontera" esférica que permite que la luz entre pero no salga.
Como en el Big Bang, en los agujeros negros se da una “singularidad”, es decir, las leyes físicas y la capacidad de predicción fallan.
Una suposición es sólo conjetura y no hay certeza en ella. Por eso, estas teorías no tienen una explicación para el momento cero del origen del Universo, llamado "singularidad"; que viene a ser un acontecimiento absolutamente único, que en efecto, debe explicar el origen del Universo. De manera que la evidencia científica de un universo en expansión apunta a un universo con un principio, y ese origen la ciencia no lo puede explicar.
Para Aristóteles el universo era eterno, sin principio ni fin. En nuestros propios días, el astrónomo Fred Hoyle se ha pronunciado en términos semejantes para tratar de evitar lo que él denomina “condiciones iniciales arbitrarias”.
En todos los tiempos habrá hombres que no quieran ni ver, ni oír, ni entender, que la ciencia nunca podrá explicar el origen del Universo, y ensayan teorías.
Cualquier teoría física es siempre provisional, en el sentido que es sólo una hipótesis; nunca puede ser probada. No importa cuántas veces los resultados de los experimentos concuerden con alguna teoría, nunca se puede estar seguro de que la próxima vez el resultado no la contradirá.
Borges, un ateo confeso declaró no haber encontrado una base racional inteligible al universo, y fue para él lógico deducir la incapacidad de explicarse mentalmente el mecanismo del universo, por que la mente carece de fundamento para develar la autenticidad de la realidad en la cual se está inmersa.
La incapacidad declarada por teóricos de la ciencia y del pensamiento filosófico, demuestran que el momento cero del origen del Universo es Dios. En el primer libro de Moisés El Génesis sobre la creación se dice:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Génesis 1:1.
El Apóstol Pablo aún nos exhorta en estos tiempos contra esas fantasías de la ciencia que quiere descubrir por sí misma cual es el origen del Universo, y nos dice: “que El Dios vivo, hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay”. Hechos 14:15.
La soberanía de Dios está presente en toda su creación:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Salmos 19:1
“Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras. Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien”. Salmos 139:14.
“Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza, y su grandeza es inescrutable. Te alaben, oh Jehová, todas tus obras, y tus santos te bendigan. La gloria de tu reino digan, y hablen de tu poder, para hacer saber a los hijos de los hombres sus poderosos hechos, y la gloria de la magnificencia de su reino. Tu reino es reino de todos los siglos, y tu señorío en todas las generaciones”. Salmos 145:3,10-13
Estas verdades son eternas. Por eso:
¡Cuánto desdén ha derramado Dios sobre la sabiduría de este mundo! Cómo la ha reducido a nada, haciendo que se muestre sin valor. Le ha permitido que elabore sus propias conclusiones, y que demuestre su propia insensatez.
Los hombres se jactaban de ser sabios; decían que podían descubrir a Dios a la perfección; y para que su necedad pudiera ser refutada de una vez por todas, Dios les dio la oportunidad de hacerlo así. Él dijo: “Sabiduría mundana, te voy a probar. Tú afirmas que eres poderosa, que tu intelecto es vasto y completo, que tu ojo es penetrante, que puedes descifrar todos los secretos; ahora, mira, Yo te pruebo: te presento un gran problema para que lo resuelvas. Aquí está el universo; las estrellas conforman su bóveda, los campos y las flores lo adornan, y las corrientes recorren su superficie; mi nombre está escrito allí; las cosas invisibles de Dios se hacen claramente visibles, siendo entendidas por medio de las cosas hechas.
Filosofía, te pongo este dilema: encuéntrame. Aquí están mis obras: encuéntrame. Descubre en el maravilloso mundo que he creado, la manera de adorarme aceptablemente. Te doy el espacio suficiente para que lo hagas: hay datos suficientes. Contempla las nubes, la tierra, y las estrellas. Te doy tiempo suficiente; te daré cuatro mil años, y no interferiré; tú harás como quieras en tu propio mundo. Te daré hombres en abundancia, pues haré grandes y vastas mentes, a quienes llamarás señores de la tierra; tendrás oradores, y tendrás filósofos.
Encuéntrame, oh razón, encuéntrame, oh sabiduría; descubre Mi naturaleza, si puedes: encuéntrame a la perfección, si eres capaz; y si no lo eres, entonces cierra tu boca para siempre, y Yo te voy a enseñar que la sabiduría de Dios es más sabia que la sabiduría del hombre; sí, que la locura de Dios es más sabia que los hombres.”
Y ¿cómo resolvió el problema la razón del hombre? ¿Cómo cumplió su proeza? Mira a las naciones paganas; allí verás el resultado de las investigaciones de la sabiduría.
En el tiempo de Jesucristo, podrías haber visto la tierra cubierta con el fango de la corrupción: una Sodoma a gran escala, corrupta, inmunda, depravada, entregándose a vicios que no nos atrevemos a mencionar, gozándose en lascivias demasiado abominables para que nuestra imaginación se pose en ellas, aunque sea por un instante. Encontramos a los hombres postrándose ante bloques de madera y de piedra, adorando a diez mil dioses más viciosos que ellos mismos.
Encontramos, de hecho, que la razón escribió su propia depravación con un dedo cubierto de sangre e inmundicia, y que ella se privó a sí misma de toda su gloria por las viles obras que llevó a cabo.
No quiso inclinarse ante Dios, que es “claramente visible,” sino que adoró a cualquier criatura; el reptil que se arrastra, el cocodrilo, la víbora, cualquier cosa podía ser un dios, pero ciertamente no el Dios del Cielo.
El vicio podía ser convertido en una ceremonia, y el mayor crimen podía ser exaltado a una religión; pero de la verdadera adoración no conocían nada. ¡Pobre razón! ¡Pobre sabiduría! ¡Cómo caíste del cielo! Como Lucero, hijo de la mañana, estás perdida.
Tú has escrito tu conclusión, pero es una conclusión de consumada insensatez.
“Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó salvar a los creyentes por la locura de la predicación.”
La sabiduría había tenido su tiempo, y tiempo suficiente; había hecho todo lo que podía, y eso fue muy poco; había hecho al mundo peor de lo que era antes que lo pisara, y ahora Dios dice:
“La locura vencerá a la sabiduría; ahora la ignorancia, como la llaman ustedes, va a barrer con su ciencia; ahora la fe humilde, como la de un niño, va a convertir en polvo todos los sistemas colosales que sus manos han apilado.”
Él llama a su ejército. Cristo se lleva la trompeta a Su boca, y vienen todos los guerreros, vestidos con ropas de pescadores, con el acento típico de las orillas del lago de Galilea: unos pobres marineros humildes. ¡Aquí están los guerreros, oh sabiduría, que te van confundir! ¡Estos son los héroes que vencerán a tus orgullosos filósofos! Estos hombres van a plantar su estandarte sobre las murallas en ruinas de tus fortalezas, y les ordenarán que se derrumben para siempre; estos hombres, y sus sucesores, van a exaltar un Evangelio en el mundo del cual se podrán reír ustedes como de algo absurdo, que podrán despreciar como una locura, pero que será exaltado sobre los montes, y será glorioso hasta los más altos cielos.
Desde ese día, Dios ha levantado siempre sucesores de los apóstoles.
Los cristianos que somos sucesores de los apóstoles, no por descendencia de linaje, sino porque cumplimos el mismo papel y gozo del privilegio de cualquier apóstol, y somos tan llamados a predicar el Evangelio como el propio Pablo: si no tan bendecidos en la conversión de pecadores, en alguna medida hemos sido bendecidos por Dios; y por tanto, aquí estamos, loco como lo pudiera ser Pablo, necio como Pedro, o cualquiera de esos pescadores, pero, sin embargo, con el poder de Dios sostenemos la espada de la verdad: habiendo venido aquí para “predicar a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.”
¡Que Dios los bendiga!
La teoría del Big Bang o gran explosión, supone que, hace entre 12.000 y 15.000 millones de años, toda la materia del Universo estaba concentrada en una zona extraordinariamente pequeña del espacio, y explotó. La materia salió impulsada con gran energía en todas direcciones. Los choques y un cierto desorden hicieron que la materia se agrupara y se concentrase más en algunos lugares del espacio, y se formaron las primeras estrellas y las primeras galaxias.
La teoría inflacionaria de Alan Guth, basa su estudios sobre campos gravitatorios fortísimos, como los que hay cerca de un agujero negro. El Agujero Negro es un cuerpo con un campo gravitatorio extraordinariamente grande. No puede escapar ninguna radiación electromagnética ni luminosa, por eso es negro. Está rodeado de una "frontera" esférica que permite que la luz entre pero no salga.
Como en el Big Bang, en los agujeros negros se da una “singularidad”, es decir, las leyes físicas y la capacidad de predicción fallan.
Una suposición es sólo conjetura y no hay certeza en ella. Por eso, estas teorías no tienen una explicación para el momento cero del origen del Universo, llamado "singularidad"; que viene a ser un acontecimiento absolutamente único, que en efecto, debe explicar el origen del Universo. De manera que la evidencia científica de un universo en expansión apunta a un universo con un principio, y ese origen la ciencia no lo puede explicar.
Para Aristóteles el universo era eterno, sin principio ni fin. En nuestros propios días, el astrónomo Fred Hoyle se ha pronunciado en términos semejantes para tratar de evitar lo que él denomina “condiciones iniciales arbitrarias”.
En todos los tiempos habrá hombres que no quieran ni ver, ni oír, ni entender, que la ciencia nunca podrá explicar el origen del Universo, y ensayan teorías.
Cualquier teoría física es siempre provisional, en el sentido que es sólo una hipótesis; nunca puede ser probada. No importa cuántas veces los resultados de los experimentos concuerden con alguna teoría, nunca se puede estar seguro de que la próxima vez el resultado no la contradirá.
Borges, un ateo confeso declaró no haber encontrado una base racional inteligible al universo, y fue para él lógico deducir la incapacidad de explicarse mentalmente el mecanismo del universo, por que la mente carece de fundamento para develar la autenticidad de la realidad en la cual se está inmersa.
La incapacidad declarada por teóricos de la ciencia y del pensamiento filosófico, demuestran que el momento cero del origen del Universo es Dios. En el primer libro de Moisés El Génesis sobre la creación se dice:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Génesis 1:1.
El Apóstol Pablo aún nos exhorta en estos tiempos contra esas fantasías de la ciencia que quiere descubrir por sí misma cual es el origen del Universo, y nos dice: “que El Dios vivo, hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay”. Hechos 14:15.
La soberanía de Dios está presente en toda su creación:
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Salmos 19:1
“Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras. Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien”. Salmos 139:14.
“Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza, y su grandeza es inescrutable. Te alaben, oh Jehová, todas tus obras, y tus santos te bendigan. La gloria de tu reino digan, y hablen de tu poder, para hacer saber a los hijos de los hombres sus poderosos hechos, y la gloria de la magnificencia de su reino. Tu reino es reino de todos los siglos, y tu señorío en todas las generaciones”. Salmos 145:3,10-13
Estas verdades son eternas. Por eso:
¡Cuánto desdén ha derramado Dios sobre la sabiduría de este mundo! Cómo la ha reducido a nada, haciendo que se muestre sin valor. Le ha permitido que elabore sus propias conclusiones, y que demuestre su propia insensatez.
Los hombres se jactaban de ser sabios; decían que podían descubrir a Dios a la perfección; y para que su necedad pudiera ser refutada de una vez por todas, Dios les dio la oportunidad de hacerlo así. Él dijo: “Sabiduría mundana, te voy a probar. Tú afirmas que eres poderosa, que tu intelecto es vasto y completo, que tu ojo es penetrante, que puedes descifrar todos los secretos; ahora, mira, Yo te pruebo: te presento un gran problema para que lo resuelvas. Aquí está el universo; las estrellas conforman su bóveda, los campos y las flores lo adornan, y las corrientes recorren su superficie; mi nombre está escrito allí; las cosas invisibles de Dios se hacen claramente visibles, siendo entendidas por medio de las cosas hechas.
Filosofía, te pongo este dilema: encuéntrame. Aquí están mis obras: encuéntrame. Descubre en el maravilloso mundo que he creado, la manera de adorarme aceptablemente. Te doy el espacio suficiente para que lo hagas: hay datos suficientes. Contempla las nubes, la tierra, y las estrellas. Te doy tiempo suficiente; te daré cuatro mil años, y no interferiré; tú harás como quieras en tu propio mundo. Te daré hombres en abundancia, pues haré grandes y vastas mentes, a quienes llamarás señores de la tierra; tendrás oradores, y tendrás filósofos.
Encuéntrame, oh razón, encuéntrame, oh sabiduría; descubre Mi naturaleza, si puedes: encuéntrame a la perfección, si eres capaz; y si no lo eres, entonces cierra tu boca para siempre, y Yo te voy a enseñar que la sabiduría de Dios es más sabia que la sabiduría del hombre; sí, que la locura de Dios es más sabia que los hombres.”
Y ¿cómo resolvió el problema la razón del hombre? ¿Cómo cumplió su proeza? Mira a las naciones paganas; allí verás el resultado de las investigaciones de la sabiduría.
En el tiempo de Jesucristo, podrías haber visto la tierra cubierta con el fango de la corrupción: una Sodoma a gran escala, corrupta, inmunda, depravada, entregándose a vicios que no nos atrevemos a mencionar, gozándose en lascivias demasiado abominables para que nuestra imaginación se pose en ellas, aunque sea por un instante. Encontramos a los hombres postrándose ante bloques de madera y de piedra, adorando a diez mil dioses más viciosos que ellos mismos.
Encontramos, de hecho, que la razón escribió su propia depravación con un dedo cubierto de sangre e inmundicia, y que ella se privó a sí misma de toda su gloria por las viles obras que llevó a cabo.
No quiso inclinarse ante Dios, que es “claramente visible,” sino que adoró a cualquier criatura; el reptil que se arrastra, el cocodrilo, la víbora, cualquier cosa podía ser un dios, pero ciertamente no el Dios del Cielo.
El vicio podía ser convertido en una ceremonia, y el mayor crimen podía ser exaltado a una religión; pero de la verdadera adoración no conocían nada. ¡Pobre razón! ¡Pobre sabiduría! ¡Cómo caíste del cielo! Como Lucero, hijo de la mañana, estás perdida.
Tú has escrito tu conclusión, pero es una conclusión de consumada insensatez.
“Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó salvar a los creyentes por la locura de la predicación.”
La sabiduría había tenido su tiempo, y tiempo suficiente; había hecho todo lo que podía, y eso fue muy poco; había hecho al mundo peor de lo que era antes que lo pisara, y ahora Dios dice:
“La locura vencerá a la sabiduría; ahora la ignorancia, como la llaman ustedes, va a barrer con su ciencia; ahora la fe humilde, como la de un niño, va a convertir en polvo todos los sistemas colosales que sus manos han apilado.”
Él llama a su ejército. Cristo se lleva la trompeta a Su boca, y vienen todos los guerreros, vestidos con ropas de pescadores, con el acento típico de las orillas del lago de Galilea: unos pobres marineros humildes. ¡Aquí están los guerreros, oh sabiduría, que te van confundir! ¡Estos son los héroes que vencerán a tus orgullosos filósofos! Estos hombres van a plantar su estandarte sobre las murallas en ruinas de tus fortalezas, y les ordenarán que se derrumben para siempre; estos hombres, y sus sucesores, van a exaltar un Evangelio en el mundo del cual se podrán reír ustedes como de algo absurdo, que podrán despreciar como una locura, pero que será exaltado sobre los montes, y será glorioso hasta los más altos cielos.
Desde ese día, Dios ha levantado siempre sucesores de los apóstoles.
Los cristianos que somos sucesores de los apóstoles, no por descendencia de linaje, sino porque cumplimos el mismo papel y gozo del privilegio de cualquier apóstol, y somos tan llamados a predicar el Evangelio como el propio Pablo: si no tan bendecidos en la conversión de pecadores, en alguna medida hemos sido bendecidos por Dios; y por tanto, aquí estamos, loco como lo pudiera ser Pablo, necio como Pedro, o cualquiera de esos pescadores, pero, sin embargo, con el poder de Dios sostenemos la espada de la verdad: habiendo venido aquí para “predicar a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.”
¡Que Dios los bendiga!
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