NICOLAITISMO:
Surgimiento Y Crecimiento Del Clero
F. W. Grant
“Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco... Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco” (Apocalipsis 2:6,15, en las epístolas del Señor dirigidas a las iglesias de Éfeso y de Pérgamo).
En las cartas proféticas dirigidas a las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3 (las cuales nos dan la historia espiritual de la Iglesia desde el tiempo de los apóstoles hasta la venida del Señor), la carta a la iglesia de Pérgamo sigue a las cartas a la iglesia de Éfeso y a la iglesia de Esmirna. Pérgamo marca la tercera etapa de la desviación de la verdad por parte de la Iglesia y es históricamente fácil de reconocer. Se aplica al tiempo en el cual, luego de haber atravesado las persecuciones paganas (Esmirna), la Iglesia fue públicamente reconocida y establecida en el mundo. El tema principal de la carta a Pérgamo es “la Iglesia que mora donde está el trono de Satanás”. La palabra correcta es «trono», no «asiento». Satanás tiene su trono en el mundo, no en el infierno, el cual será su prisión y en el cual nunca reinará. Él es llamado “el príncipe de este mundo” en Juan 12:31, 14:30 y 16:11.
Por la tanto, morar donde está el trono de Satanás es asentarse en el mundo, bajo el gobierno y la protección de Satanás. ¡Esto es lo que la gente llama la institución de la Iglesia! Tuvo lugar bajo el emperador romano Constantino, cerca del año 320 d.C. Aun cuando la tendencia de la Iglesia a unirse con el mundo había estado aumentando por algún tiempo, fue entonces cuando ella salió fuera del lugar que le era propio e ingresó en los lugares de la antigua idolatría pagana. La gente llama a esto el triunfo del cristianismo, pero el resultado fue que la Iglesia se posesionó con tal firmeza de las cosas del mundo como nunca antes. El lugar de liderazgo en el mundo fue de ella y los principios del mundo la invadieron rápidamente.
El nombre Pérgamo indica esto. Es una palabra griega que significa casamiento. El casamiento de la Iglesia con cualquier cosa antes que Cristo venga a llevársela consigo (en el arrebatamiento), es infidelidad hacia Él, con quien ella está desposada. Pero aquí está el matrimonio de la Iglesia y del mundo, el final de un noviazgo que había comenzado mucho tiempo antes.
Antes del tiempo de este «casamiento», una cosa importante se menciona en la primera carta a la iglesia de Éfeso, aunque sólo de manera incidental, pues ello no caracteriza la condición espiritual de la asamblea de Éfeso. El Señor les dice: “¡Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco” (Apocalipsis 2:6)! Sin embargo, en Pérgamo tenemos más que las obras de los nicolaítas; tenemos una doctrina, y la Iglesia, en vez de rechazarla, la toleraba. En su tiempo, los santos de Éfeso aborrecían las obras de los nicolaítas, pero en Pérgamo la permitieron y no condenaron a aquellos que sostenían la doctrina.
¿Cómo hemos de interpretar estos versículos? Hallamos que la palabra nicolaítas es lo único que tenemos para ayudarnos. Muchos han realizado grandes esfuerzos para intentar demostrar que existió una secta de los nicolaítas —un grupo religioso llamado por ese nombre— pero la mayoría de los autores concuerdan en que esa hipótesis es muy improbable. Aun si existió tal secta, es difícil entender por qué debería haber en estas epístolas proféticas semejante mención repetida y enfática de una secta oscura acerca de la cual la gente nos puede decir poco o nada. El Señor denuncia solemne y poderosamente: “la cual aborrezco”. Ella debe ser especialmente importante para Él, y también debe ser significativa en la historia de la Iglesia, por poco comprendida que pueda ser. Además, la Escritura no nos remite a la Historia de la Iglesia ni a ninguna historia para que interpretemos sus significados. La Palabra de Dios es su propio intérprete a través del Espíritu Santo y no tenemos que acudir a otras fuentes para descubrir lo que está allí. De lo contrario, la interpretación de la Escritura dependería de hombres eruditos que buscan respuestas para aquellos que no tienen los mismos recursos o aptitudes, ¡las cuales, forzosamente, habrían de ser aceptadas sobre la base de su autoridad solamente!
A lo largo de la Escritura, el significado de los nombres es importante, y el significado de nicolaíta es llamativo e instructivo. Por supuesto, para aquellos que hablaban griego, el significado les habría resultado claro. Significa sojuzgador del pueblo. La última parte de la palabra (Laos) es la palabra griega que designa al «pueblo» y nuestro término de uso común «laicos» deriva de ella. Así pues, los nicolaítas fueron gente que estuvieron sometiendo o reprimiendo a los laicos —la masa del pueblo cristiano— para enseñorearse indebidamente sobre ellos.
Lo que hace que esto sea más claro aún es que en Pérgamo tenemos también a aquellos que sostenían la doctrina de Balaam; un nombre cuya semejanza en lo tocante a su significado ha sido observada con frecuencia. Balaam es una palabra hebrea que significa destructor del pueblo, un significado muy importante en vista de su historia. Balaam “enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación” (Apocalipsis 2:14). Con este propósito instigó a Israel a mezclarse con las naciones, de las cuales Dios los había separado con cuidado.
El desbaratamiento de esa necesitada separación significó la destrucción de Israel, mientras prevaleciera. De igual modo, la Iglesia es llamada a salir fuera del mundo, y es sumamente fácil aplicar el tipo divino en este caso. Así, la estrecha relación de estos dos nombres (Balaam y nicolaíta), ayuda a confirmar el significado anterior de nicolaíta.
Observemos el desarrollo del nicolaitismo. Al principio (y sólo estoy traduciendo la palabra), sólo cierta gente adoptó una posición de superioridad sobre el pueblo. Sus obras demostraron lo que eran. Aún no hay doctrina en la carta a la iglesia de Éfeso, pero una doctrina, o enseñanza, se estableció ya en Pérgamo. Ahora el lugar de liderazgo es asumido para ser de ellos por derecho. La doctrina —la enseñanza sobre esto— es aceptada al menos por algunos, y la Iglesia se ha vuelto indiferente ante esta situación.
¿Qué ha sucedido entre las obras de los nicolaítas y la doctrina? Ha surgido un partido al cual el Señor señala como de aquellos que decían que eran judíos y no lo eran, pero que eran la “sinagoga de Satanás”, el esfuerzo demasiado exitoso de Satanás de judaizar la Iglesia, de hacer que la Iglesia fuera como el judaísmo del Antiguo Testamento.
El judaísmo fue un sistema probatorio; un sistema de prueba, para ver si el hombre podía producir una justicia tal que agradara a Dios. El resultado de la prueba fue que Dios dijo “no hay justo, ni siquiera uno” (Romanos 3:10). Sólo entonces Dios pudo mostrar su gracia. Mientras estuviese sometiendo a prueba al hombre, Dios no podía abrir el camino a Su propia presencia, y justificar ([1]) ahí al pecador. Él tuvo que mantener alejado al hombre entretanto perdurara aquella prueba, para que sobre aquel fundamento (las obras de los hombres) ninguno pudiera ver a Dios y vivir. No obstante, la naturaleza esencial del cristianismo es que todos son bienvenidos. Hay una puerta abierta y un acceso directo a Dios. La sangre de Cristo habilita a cada pecador a acercarse a Dios, y a encontrar justificación por Él. Ver a Dios en Cristo es vivir, no morir. Por eso, aquellos que le han encontrado por el camino de la sangre que habla de paz, son considerados aptos y ordenados para tomar un lugar distinto de todos los demás, porque ahora ellos son Suyos, son hijos del Padre y miembros de Cristo, de Su cuerpo. Ésa es la verdadera Iglesia, un cuerpo llamado a salir fuera, separado del mundo. Lea 1ª Corintios 12 y Efesios 1:22-23.
El judaísmo, por otro lado, incluyó a todos los judíos. Ninguno podía tomar un lugar con Dios. Por consiguiente, la separación entre judíos piadosos y no piadosos, era imposible. El judaísmo fue una necesidad prevista por Dios; pero instaurar nuevamente el judaísmo, después que Dios le hubo puesto fin, no tenía sentido. Más bien era el muy exitoso trabajo de Satanás contra el evangelio de Dios y Su Iglesia. Dios tildó a estos judaizantes como la “sinagoga de Satanás”.
Ahora podemos entender cómo cuando el verdadero carácter de la Iglesia se perdió de vista, cuando el significado de «miembro de la Iglesia» llegó a ser gente bautizada con agua en lugar de serlo con el Espíritu Santo; cuando el bautismo con agua y con el Espíritu Santo fueron considerados la misma cosa (y esto llegó a ser aceptado como doctrina muy tempranamente en la historia de la iglesia), la sinagoga judía fue, en la práctica, establecida nuevamente. Cada vez fue siendo más difícil hablar de cristianos que hubiesen hecho la paz con Dios o aun que fuesen salvos. Ellos esperaban serlo, y los sacramentos y ordenanzas llegaron a ser medios de gracia para asegurar, en lo posible, una salvación muy distante.
Veamos cómo esto contribuyó a la doctrina de los nicolaítas. A medida que la Iglesia llegó a ser una «sinagoga», los cristianos vinieron a ser, en la práctica, lo que fueron los judíos de la antigüedad, cuando no había en, forma alguna, ningún acercamiento real a Dios. Incluso el Sumo Sacerdote, quien (como tipo de Cristo) entraba al Lugar Santísimo una vez al año, tenía que cubrir el propiciatorio con una nube de incienso para no morir. Los sacerdotes comunes sólo podían entrar en el Lugar Santo exterior, y la gente ni siguiera podía entrar allí. Todo esto estaba expresamente designado como un testimonio de su condición espiritual. Era la consecuencia de su fracaso espiritual, por cuanto el ofrecimiento hecho por Dios a ellos en Éxodo 19 fue éste: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (v. 5, 6).
Así pues, a Israel se le ofreció, condicionalmente, una igual posibilidad de acceso íntimo a Dios. Todos ellos habían de ser sacerdotes. Pero esto fue revocado por cuanto quebrantaron el pacto. Entonces, los miembros de una familia especial (Leví) fueron puestos como sacerdotes, y el resto del pueblo fue colocado en un segundo plano.
Así, un sacerdocio separado e intermediario caracterizó al judaísmo. No había ninguna labor misionera; ninguna salida al mundo; ninguna provisión, ninguna orden para predicar la Ley en absoluto. En efecto, ¿qué podían decir? Que Dios estaba en una densa oscuridad y que ninguno podía verle y vivir. Ésas no eran buenas nuevas. Así, la ausencia del evangelista y la presencia del sacerdocio intermediario ([2]) contaban la misma triste historia.
Tal era el judaísmo. ¡Cuán diferente es el cristianismo! No bien la muerte de Cristo hubo rasgado el velo (entre el lugar santo y el lugar santísimo, indicando un acceso a Dios para todos los sacerdotes) (Mateo 27:51), y hubo abierto el camino hacia la presencia de Dios, entonces, de inmediato, hubo un Evangelio, y la nueva orden fue: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Dios ahora está haciéndose conocer al mundo entero.
La intermediación sacerdotal terminó, dado que todos los cristianos ahora son sacerdotes para Dios. Lo que fue ofrecido a Israel condicionalmente, es ahora un hecho incondicional y consumado en el cristianismo. Nosotros somos un reino de sacerdotes; y es Pedro (ordenado por los hombres como la cabeza del ritualismo) quien anuncia las dos cosas que destruyen por completo el ritualismo. Primero, nos dice que somos “nacidos de nuevo”, no por bautismo, sino “por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre”. Segundo, en lugar de una casta de sacerdotes, él dice a todos los cristianos: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1ª Pedro 1:23; 2:5). Hoy, nuestra alabanza y acción de gracias, y aun nuestras vidas y nuestros cuerpos, todo debe ser sacrificio espiritual para Dios (Hebreos 13:15,16; Romanos 12:1). Ésta debe ser la verdadera obra sacerdotal de nuestra parte, y sólo de este modo se logrará que nuestras vidas adquieran su propio carácter. Estos sacrificios son el servicio de ofrendas de gratitud de aquellos capacitados para acercarse a Dios.
En el judaísmo —permítaseme repetirlo— ninguno realmente se acercaba a Dios. Así pues, siempre que se encuentre una casta sacerdotal, ésta significa la misma cosa, es decir, para la masa de la gente, Dios está fuera, que hay distancia y oscuridad.
NOTA BIOGRÁFICA
Frederick W. Grant nació en Londres, Inglaterra, en julio de 1834, y conoció a Cristo de muy joven. En 1855 se trasladó al Canadá, donde llegó a ser ministro de la Iglesia de Inglaterra.
Mientras estaba en el Canadá, Grant leyó literatura de los llamados «hermanos», lo que lo motivó a estudiar la Biblia con mayor intensidad. Como resultado, descubrió que su posición eclesiástica era errónea, lo cual lo llevó a resignar su pastorado y a abandonar el denominacionalismo. Su siguiente paso fue reunirse con «los hermanos». ¿Qué es lo que produjo este trascendental cambio en el rumbo del hermano Grant? Primero, él vio en la Biblia que la Persona del Señor Jesucristo es el único y verdadero Centro de reunión para los cristianos, y no algún credo, una doctrina, una organización humana o un determinado nombre. También vio que Dios reconoce una sola Iglesia, de la cual cada cristiano es miembro, y que Dios estableció principios muy definidos que demarcan una senda común que todos los cristianos han de transitar en relación con Su Iglesia, senda que no es seguida por las denominaciones. Lo tercero que vio fue que el Líder, Guía y Director de la verdadera Iglesia es el Espíritu Santo que mora en ella, y no un “oficial” o cuerpo de oficiales ordenados por el hombre, y que, como todos los cristianos son sacerdotes delante de Dios, no necesitan que estos “ministros humanamente nombrados” estén entre ellos y Dios.
Grant empleó el resto de su vida para enseñar éstas y muchas otras verdades maravillosas de la Escritura. Escribió numerosos libros y tratados, que presentaron de manera fiel y metódica la Persona del Señor Jesús y su santa Palabra a sus lectores.
Grant fue uno de los primeros maestros de la Biblia en discernir la estructura numérica de las Escrituras. Tal vez sea más conocido precisamente por su obra de siete volúmenes, “La Biblia numérica”, la cual abarca todo el Nuevo Testamento y gran parte del Antiguo. Este trabajo incluye una traducción muy literal de las Escrituras hecha por él mismo, y una completa exposición de ésta desde un punto de vista numérico.
Partió a la presencia del Señor, el 25 de julio de 1902, tras una vida de intensa labor, cuando cumplió 68 años.
[1] N. del E. — Justificación significa «ser considerado como si nunca hubiera pecado». El hombre puede perdonar y olvidar, pero sólo Dios puede justificar sobre la base de la obra de Cristo Jesús en la cruz, donde Él pagó plenamente la culpa por nuestros pecados. Así es cómo Dios ve a los cristianos «en Cristo».
[2] N. del E. — Un sacerdote es un intermediario que se interpone entre la gente «común» y Dios. Un sacerdote tiene acceso a Dios. Puesto que todos los cristianos son sacerdotes, todos nosotros tenemos acceso directo a Dios. Entre los cristianos, no existe gente «común», no existen laicos.
Surgimiento Y Crecimiento Del Clero
F. W. Grant
“Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco... Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco” (Apocalipsis 2:6,15, en las epístolas del Señor dirigidas a las iglesias de Éfeso y de Pérgamo).
En las cartas proféticas dirigidas a las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3 (las cuales nos dan la historia espiritual de la Iglesia desde el tiempo de los apóstoles hasta la venida del Señor), la carta a la iglesia de Pérgamo sigue a las cartas a la iglesia de Éfeso y a la iglesia de Esmirna. Pérgamo marca la tercera etapa de la desviación de la verdad por parte de la Iglesia y es históricamente fácil de reconocer. Se aplica al tiempo en el cual, luego de haber atravesado las persecuciones paganas (Esmirna), la Iglesia fue públicamente reconocida y establecida en el mundo. El tema principal de la carta a Pérgamo es “la Iglesia que mora donde está el trono de Satanás”. La palabra correcta es «trono», no «asiento». Satanás tiene su trono en el mundo, no en el infierno, el cual será su prisión y en el cual nunca reinará. Él es llamado “el príncipe de este mundo” en Juan 12:31, 14:30 y 16:11.
Por la tanto, morar donde está el trono de Satanás es asentarse en el mundo, bajo el gobierno y la protección de Satanás. ¡Esto es lo que la gente llama la institución de la Iglesia! Tuvo lugar bajo el emperador romano Constantino, cerca del año 320 d.C. Aun cuando la tendencia de la Iglesia a unirse con el mundo había estado aumentando por algún tiempo, fue entonces cuando ella salió fuera del lugar que le era propio e ingresó en los lugares de la antigua idolatría pagana. La gente llama a esto el triunfo del cristianismo, pero el resultado fue que la Iglesia se posesionó con tal firmeza de las cosas del mundo como nunca antes. El lugar de liderazgo en el mundo fue de ella y los principios del mundo la invadieron rápidamente.
El nombre Pérgamo indica esto. Es una palabra griega que significa casamiento. El casamiento de la Iglesia con cualquier cosa antes que Cristo venga a llevársela consigo (en el arrebatamiento), es infidelidad hacia Él, con quien ella está desposada. Pero aquí está el matrimonio de la Iglesia y del mundo, el final de un noviazgo que había comenzado mucho tiempo antes.
Antes del tiempo de este «casamiento», una cosa importante se menciona en la primera carta a la iglesia de Éfeso, aunque sólo de manera incidental, pues ello no caracteriza la condición espiritual de la asamblea de Éfeso. El Señor les dice: “¡Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco” (Apocalipsis 2:6)! Sin embargo, en Pérgamo tenemos más que las obras de los nicolaítas; tenemos una doctrina, y la Iglesia, en vez de rechazarla, la toleraba. En su tiempo, los santos de Éfeso aborrecían las obras de los nicolaítas, pero en Pérgamo la permitieron y no condenaron a aquellos que sostenían la doctrina.
¿Cómo hemos de interpretar estos versículos? Hallamos que la palabra nicolaítas es lo único que tenemos para ayudarnos. Muchos han realizado grandes esfuerzos para intentar demostrar que existió una secta de los nicolaítas —un grupo religioso llamado por ese nombre— pero la mayoría de los autores concuerdan en que esa hipótesis es muy improbable. Aun si existió tal secta, es difícil entender por qué debería haber en estas epístolas proféticas semejante mención repetida y enfática de una secta oscura acerca de la cual la gente nos puede decir poco o nada. El Señor denuncia solemne y poderosamente: “la cual aborrezco”. Ella debe ser especialmente importante para Él, y también debe ser significativa en la historia de la Iglesia, por poco comprendida que pueda ser. Además, la Escritura no nos remite a la Historia de la Iglesia ni a ninguna historia para que interpretemos sus significados. La Palabra de Dios es su propio intérprete a través del Espíritu Santo y no tenemos que acudir a otras fuentes para descubrir lo que está allí. De lo contrario, la interpretación de la Escritura dependería de hombres eruditos que buscan respuestas para aquellos que no tienen los mismos recursos o aptitudes, ¡las cuales, forzosamente, habrían de ser aceptadas sobre la base de su autoridad solamente!
A lo largo de la Escritura, el significado de los nombres es importante, y el significado de nicolaíta es llamativo e instructivo. Por supuesto, para aquellos que hablaban griego, el significado les habría resultado claro. Significa sojuzgador del pueblo. La última parte de la palabra (Laos) es la palabra griega que designa al «pueblo» y nuestro término de uso común «laicos» deriva de ella. Así pues, los nicolaítas fueron gente que estuvieron sometiendo o reprimiendo a los laicos —la masa del pueblo cristiano— para enseñorearse indebidamente sobre ellos.
Lo que hace que esto sea más claro aún es que en Pérgamo tenemos también a aquellos que sostenían la doctrina de Balaam; un nombre cuya semejanza en lo tocante a su significado ha sido observada con frecuencia. Balaam es una palabra hebrea que significa destructor del pueblo, un significado muy importante en vista de su historia. Balaam “enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación” (Apocalipsis 2:14). Con este propósito instigó a Israel a mezclarse con las naciones, de las cuales Dios los había separado con cuidado.
El desbaratamiento de esa necesitada separación significó la destrucción de Israel, mientras prevaleciera. De igual modo, la Iglesia es llamada a salir fuera del mundo, y es sumamente fácil aplicar el tipo divino en este caso. Así, la estrecha relación de estos dos nombres (Balaam y nicolaíta), ayuda a confirmar el significado anterior de nicolaíta.
Observemos el desarrollo del nicolaitismo. Al principio (y sólo estoy traduciendo la palabra), sólo cierta gente adoptó una posición de superioridad sobre el pueblo. Sus obras demostraron lo que eran. Aún no hay doctrina en la carta a la iglesia de Éfeso, pero una doctrina, o enseñanza, se estableció ya en Pérgamo. Ahora el lugar de liderazgo es asumido para ser de ellos por derecho. La doctrina —la enseñanza sobre esto— es aceptada al menos por algunos, y la Iglesia se ha vuelto indiferente ante esta situación.
¿Qué ha sucedido entre las obras de los nicolaítas y la doctrina? Ha surgido un partido al cual el Señor señala como de aquellos que decían que eran judíos y no lo eran, pero que eran la “sinagoga de Satanás”, el esfuerzo demasiado exitoso de Satanás de judaizar la Iglesia, de hacer que la Iglesia fuera como el judaísmo del Antiguo Testamento.
El judaísmo fue un sistema probatorio; un sistema de prueba, para ver si el hombre podía producir una justicia tal que agradara a Dios. El resultado de la prueba fue que Dios dijo “no hay justo, ni siquiera uno” (Romanos 3:10). Sólo entonces Dios pudo mostrar su gracia. Mientras estuviese sometiendo a prueba al hombre, Dios no podía abrir el camino a Su propia presencia, y justificar ([1]) ahí al pecador. Él tuvo que mantener alejado al hombre entretanto perdurara aquella prueba, para que sobre aquel fundamento (las obras de los hombres) ninguno pudiera ver a Dios y vivir. No obstante, la naturaleza esencial del cristianismo es que todos son bienvenidos. Hay una puerta abierta y un acceso directo a Dios. La sangre de Cristo habilita a cada pecador a acercarse a Dios, y a encontrar justificación por Él. Ver a Dios en Cristo es vivir, no morir. Por eso, aquellos que le han encontrado por el camino de la sangre que habla de paz, son considerados aptos y ordenados para tomar un lugar distinto de todos los demás, porque ahora ellos son Suyos, son hijos del Padre y miembros de Cristo, de Su cuerpo. Ésa es la verdadera Iglesia, un cuerpo llamado a salir fuera, separado del mundo. Lea 1ª Corintios 12 y Efesios 1:22-23.
El judaísmo, por otro lado, incluyó a todos los judíos. Ninguno podía tomar un lugar con Dios. Por consiguiente, la separación entre judíos piadosos y no piadosos, era imposible. El judaísmo fue una necesidad prevista por Dios; pero instaurar nuevamente el judaísmo, después que Dios le hubo puesto fin, no tenía sentido. Más bien era el muy exitoso trabajo de Satanás contra el evangelio de Dios y Su Iglesia. Dios tildó a estos judaizantes como la “sinagoga de Satanás”.
Ahora podemos entender cómo cuando el verdadero carácter de la Iglesia se perdió de vista, cuando el significado de «miembro de la Iglesia» llegó a ser gente bautizada con agua en lugar de serlo con el Espíritu Santo; cuando el bautismo con agua y con el Espíritu Santo fueron considerados la misma cosa (y esto llegó a ser aceptado como doctrina muy tempranamente en la historia de la iglesia), la sinagoga judía fue, en la práctica, establecida nuevamente. Cada vez fue siendo más difícil hablar de cristianos que hubiesen hecho la paz con Dios o aun que fuesen salvos. Ellos esperaban serlo, y los sacramentos y ordenanzas llegaron a ser medios de gracia para asegurar, en lo posible, una salvación muy distante.
Veamos cómo esto contribuyó a la doctrina de los nicolaítas. A medida que la Iglesia llegó a ser una «sinagoga», los cristianos vinieron a ser, en la práctica, lo que fueron los judíos de la antigüedad, cuando no había en, forma alguna, ningún acercamiento real a Dios. Incluso el Sumo Sacerdote, quien (como tipo de Cristo) entraba al Lugar Santísimo una vez al año, tenía que cubrir el propiciatorio con una nube de incienso para no morir. Los sacerdotes comunes sólo podían entrar en el Lugar Santo exterior, y la gente ni siguiera podía entrar allí. Todo esto estaba expresamente designado como un testimonio de su condición espiritual. Era la consecuencia de su fracaso espiritual, por cuanto el ofrecimiento hecho por Dios a ellos en Éxodo 19 fue éste: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa” (v. 5, 6).
Así pues, a Israel se le ofreció, condicionalmente, una igual posibilidad de acceso íntimo a Dios. Todos ellos habían de ser sacerdotes. Pero esto fue revocado por cuanto quebrantaron el pacto. Entonces, los miembros de una familia especial (Leví) fueron puestos como sacerdotes, y el resto del pueblo fue colocado en un segundo plano.
Así, un sacerdocio separado e intermediario caracterizó al judaísmo. No había ninguna labor misionera; ninguna salida al mundo; ninguna provisión, ninguna orden para predicar la Ley en absoluto. En efecto, ¿qué podían decir? Que Dios estaba en una densa oscuridad y que ninguno podía verle y vivir. Ésas no eran buenas nuevas. Así, la ausencia del evangelista y la presencia del sacerdocio intermediario ([2]) contaban la misma triste historia.
Tal era el judaísmo. ¡Cuán diferente es el cristianismo! No bien la muerte de Cristo hubo rasgado el velo (entre el lugar santo y el lugar santísimo, indicando un acceso a Dios para todos los sacerdotes) (Mateo 27:51), y hubo abierto el camino hacia la presencia de Dios, entonces, de inmediato, hubo un Evangelio, y la nueva orden fue: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Dios ahora está haciéndose conocer al mundo entero.
La intermediación sacerdotal terminó, dado que todos los cristianos ahora son sacerdotes para Dios. Lo que fue ofrecido a Israel condicionalmente, es ahora un hecho incondicional y consumado en el cristianismo. Nosotros somos un reino de sacerdotes; y es Pedro (ordenado por los hombres como la cabeza del ritualismo) quien anuncia las dos cosas que destruyen por completo el ritualismo. Primero, nos dice que somos “nacidos de nuevo”, no por bautismo, sino “por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre”. Segundo, en lugar de una casta de sacerdotes, él dice a todos los cristianos: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1ª Pedro 1:23; 2:5). Hoy, nuestra alabanza y acción de gracias, y aun nuestras vidas y nuestros cuerpos, todo debe ser sacrificio espiritual para Dios (Hebreos 13:15,16; Romanos 12:1). Ésta debe ser la verdadera obra sacerdotal de nuestra parte, y sólo de este modo se logrará que nuestras vidas adquieran su propio carácter. Estos sacrificios son el servicio de ofrendas de gratitud de aquellos capacitados para acercarse a Dios.
En el judaísmo —permítaseme repetirlo— ninguno realmente se acercaba a Dios. Así pues, siempre que se encuentre una casta sacerdotal, ésta significa la misma cosa, es decir, para la masa de la gente, Dios está fuera, que hay distancia y oscuridad.
NOTA BIOGRÁFICA
Frederick W. Grant nació en Londres, Inglaterra, en julio de 1834, y conoció a Cristo de muy joven. En 1855 se trasladó al Canadá, donde llegó a ser ministro de la Iglesia de Inglaterra.
Mientras estaba en el Canadá, Grant leyó literatura de los llamados «hermanos», lo que lo motivó a estudiar la Biblia con mayor intensidad. Como resultado, descubrió que su posición eclesiástica era errónea, lo cual lo llevó a resignar su pastorado y a abandonar el denominacionalismo. Su siguiente paso fue reunirse con «los hermanos». ¿Qué es lo que produjo este trascendental cambio en el rumbo del hermano Grant? Primero, él vio en la Biblia que la Persona del Señor Jesucristo es el único y verdadero Centro de reunión para los cristianos, y no algún credo, una doctrina, una organización humana o un determinado nombre. También vio que Dios reconoce una sola Iglesia, de la cual cada cristiano es miembro, y que Dios estableció principios muy definidos que demarcan una senda común que todos los cristianos han de transitar en relación con Su Iglesia, senda que no es seguida por las denominaciones. Lo tercero que vio fue que el Líder, Guía y Director de la verdadera Iglesia es el Espíritu Santo que mora en ella, y no un “oficial” o cuerpo de oficiales ordenados por el hombre, y que, como todos los cristianos son sacerdotes delante de Dios, no necesitan que estos “ministros humanamente nombrados” estén entre ellos y Dios.
Grant empleó el resto de su vida para enseñar éstas y muchas otras verdades maravillosas de la Escritura. Escribió numerosos libros y tratados, que presentaron de manera fiel y metódica la Persona del Señor Jesús y su santa Palabra a sus lectores.
Grant fue uno de los primeros maestros de la Biblia en discernir la estructura numérica de las Escrituras. Tal vez sea más conocido precisamente por su obra de siete volúmenes, “La Biblia numérica”, la cual abarca todo el Nuevo Testamento y gran parte del Antiguo. Este trabajo incluye una traducción muy literal de las Escrituras hecha por él mismo, y una completa exposición de ésta desde un punto de vista numérico.
Partió a la presencia del Señor, el 25 de julio de 1902, tras una vida de intensa labor, cuando cumplió 68 años.
[1] N. del E. — Justificación significa «ser considerado como si nunca hubiera pecado». El hombre puede perdonar y olvidar, pero sólo Dios puede justificar sobre la base de la obra de Cristo Jesús en la cruz, donde Él pagó plenamente la culpa por nuestros pecados. Así es cómo Dios ve a los cristianos «en Cristo».
[2] N. del E. — Un sacerdote es un intermediario que se interpone entre la gente «común» y Dios. Un sacerdote tiene acceso a Dios. Puesto que todos los cristianos son sacerdotes, todos nosotros tenemos acceso directo a Dios. Entre los cristianos, no existe gente «común», no existen laicos.
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